Entender el capitalismo
Como con muchos otros temas con el capitalismo nos ocurre que los arboles no nos dejan ver el bosque. Creemos que capitalismo y democracia son sinónimos, que son compatibles de manera universal.
Igualmente nos ocurre con libertad y liberalismo, creemos que abrir las
puertas acríticamente a un liberalismo extremo implica consecuentemente
una mayor libertad. Pero, en realidad, nada tiene que ver la sociedad
preindustrial de pequeños productores de Adam Smith, David Hume o John
Locke – hoy arrasados por el capitalismo – con la actual. El
espectro presente de liberales va del egoísmo más infantil e ilusorio a
los movimientos reaccionarios antiliberales de toda la vida. Ha
sido la misma evolución natural del capitalismo lo que ha llevado a
aquella naciente sociedad de pequeños productores – el panadero, el
carnicero o el fabricante de agujas – a desaparecer a manos de los
oligopolios.
El liberalismo que nació en el S.XVIII era un movimiento de crítica y análisis social. Un pensamiento progresista y optimista en constante búsqueda de la mejor sociedad posible. Encuadrado dentro de la Ilustración basaba sus principios fundamentales en el humanismo y la supeditación a la razón.
Por tanto, su aparición en el seno del antiguo régimen – que todavía,
regía en gran parte de Europa – tenía como objetivo enfrentarse a los
privilegios, los dogmas, las injusticias, la superstición y garantizar a los hombres unos derechos inalienables que no podían estar al capricho de los déspotas y poderosos.
Unos derechos como la vida, la igualdad, la libertad o la felicidad que
los gobiernos tenían la obligación de proveer a sus ciudadanos y éstos a
exigir, sino el gobierno podía ser depuesto. Ninguno de estos valores se pueden observar en los “nuevos liberales” tan preocupados por el enriquecimiento de los nuevos déspotas.
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